A raíz de la encuesta de preferencia electoral publicada el pasado lunes por la firma Gallup, diversos sectores de la vida nacional, sobre todo organizaciones políticas, han dejado ver sus puntos de vista en torno a unos resultados que confieren una ventaja bastante holgada al candidato presidencial opositor del PRM .
Era de esperarse, pues, que las reacciones fueran contrarias y airadas. Nada extraño a lo que ocurre siempre que unos resultados no favorecen a un partido o coalición de partidos, y en su defecto proyectan una victoria para la agrupación oponente.
Las encuestas que miden la inclinación electoral de los votantes responden a parámetros científicos, y se auxilian de herramientas metodológicas para hacer más factible y precisa su aplicación, como el uso de cuestionarios a una muestra seleccionada al azar de un universo electoral predeterminado. Sin embargo, el punto controversial de las encuestas deviene no de su carácter técnico, sino de la inconformidad en aceptar los dígitos que de ella proceden.
Cuando esos resultados ladean hacia la parcela del opositor, las partes no favorecidas, partidos políticos y candidatos a cargos electivos, tienden a iniciar campañas de descrédito contra la firma responsable de la investigación. Se producen ataques feroces, muchas veces sin blandir argumentos que estén apoyados en elementos de pruebas convincentes y contundentes.
Es, simplemente, enarbolar dudas y cuestionamientos que responden solo a valoraciones meramente subjetivas. La sabiduría popular expresa que la verdadera encuesta, la más creíble y exacta, se realiza el día de las elecciones, aunque esta jornada tampoco está exenta de rabietas y acusaciones de todo tipo.
