En un avance que podría cambiar nuestra comprensión de la vida y la muerte, un grupo de investigadores de la Universidad de Yale ha logrado restaurar actividad molecular y metabólica en cerebros de cerdos más de cuatro horas después de su muerte.
Utilizando un sistema innovador llamado BrainEx, diseñado específicamente para restaurar la microcirculación y las funciones de los órganos, los científicos demostraron que los efectos de la hipoxia, considerados irreversibles en el tejido cerebral, pueden revertirse parcialmente.
El experimento, publicado en Nature en 2019, utilizó cerebros de 32 cerdos que fueron conectados al dispositivo tras ser explantados. Este sistema de perfusión empleó una mezcla de sustancias que imitan la sangre, capaz de restablecer el suministro de oxígeno y proteger las células neuronales del daño que sigue a la muerte clínica.
Como resultado, los cerebros mostraron signos de actividad celular: las neuronas comenzaron a producir proteínas, a recuperar metabolismo y a reanudar conexiones sinápticas.
Sin embargo, por razones éticas, los científicos se aseguraron de que no surgiera ningún tipo de consciencia o actividad perceptiva. El uso de sedantes garantizó que, aunque los cerebros recuperaran funciones biológicas, no se activaran procesos relacionados con la percepción o la consciencia.
Este avance no solo abre la puerta a nuevos enfoques en el estudio de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, sino que también plantea profundas preguntas éticas y filosóficas sobre la naturaleza de la muerte. Si en el futuro se desarrollan tecnologías capaces de extender la viabilidad de los órganos, especialmente el cerebro, podríamos salvar vidas que hoy se consideran perdidas.
El experimento pone en tela de juicio la definición tradicional de muerte cerebral y obliga a reflexionar sobre la delgada línea entre la vida y la muerte.