PUNTA CANA. El dinero enviado por inmigrantes centroamericanos en Estados Unidos a sus familiares ha subido a niveles récord y representa un cuarto del PIB combinado de El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua.
La familia de Marta Alvarado, una salvadoreña de 54 años que trabaja como secretaria en una clínica de salud, subsiste gracias a las remesas que envían sus tres hermanos desde el norte.
«Lo que mandan mis hermanos mes a mes me sirve no solo a mí, sino también a mi madre y mi padre, que ya son ancianos. Sirve para que ellos se sostengan, compren sus alimentos, ropa y medicinas y para mejorar la casa en donde vivimos», cuenta a la AFP.
Los cuatro países recibieron en conjunto casi 42.000 millones de dólares en remesas familiares en 2023, según cálculos de la AFP en base a datos oficiales de bancos centrales y del intergubernamental Consejo Monetario Centroamericano, una cifra récord.
«La verdad que recibir remesas para nosotros ha sido una bendición», añade Alvarado, madre de tres hijos.
Estos envíos superan incluso los montos captados en inversión extranjera, turismo o exportaciones. Son un factor clave para potenciar el comercio y el consumo en naciones con altos índices de pobreza, según los expertos.
Los organismos internacionales y algunos dirigentes políticos promueven su uso con fines productivos.
– «Nos hubiéramos hundido» –
Las remesas hacia los cuatro países pasaron de 19.006 millones de dólares en 2017 a 41.823 millones en 2023.
Un alza que se explica por la mayor emigración hacia Estados Unidos y otros países, destacan analistas.
Se desconoce la cifra exacta de centroamericanos que viven en el extranjero, sobre todo en Estados Unidos, pues miles lo hacen de manera irregular.
Según estimaciones de organismos internacionales y oenegés, la cifra bordea los 10 millones, una cuarta parte de su población.
«La gente, al no encontrar oportunidades dentro del país, se ve obligada a irse», señala el economista Henry Rodríguez, de la Universidad Nacional de Honduras.
Las remesas ahora representan casi el 27% del PIB en Honduras, 26% en Nicaragua, 24% en El Salvador y casi 20% en Guatemala.
Son «y seguirán siendo por un buen tiempo el flotador de la economía salvadoreña. Sin las remesas ya nos hubiéramos hundido hace rato», explica el economista Carlos Acevedo, expresidente del Banco Central de El Salvador.
«Si no entran dólares, el sistema financiero no funciona, no funciona nada en el país. Y las remesas son una de las fuentes principales de entrada de dólares», destacó.
En cambio, en los países centroamericanos con escasa emigración, las remesas constituyen una porción reducida de su PIB: en torno al 1% en Panamá y Costa Rica, y casi 5% en Belice.
– Apoyo a la familia –
«La mayoría de estas remesas están destinadas al apoyo familiar, específicamente a gastos básicos y mejorar la calidad de vida de la familia», explica a la AFP el experto nicaragüense en Estrategia y Desarrollo Noel Estrada.
La estudiante nicaragüense de 17 años Ligia Hurtado es un ejemplo de este fenómeno. Recibe dinero enviado por dos tías desde España, que utiliza para «garantizar los estudios universitarios: pagos mensuales de aranceles, vivienda, alimentación y transporte».
Por su parte, la jubilada salvadoreña Emérita Coto, de 61 años, cuenta que su hermano le envía 400 dólares cada mes desde Nueva York, dinero que ella emplea «en el pago de una parcela de terreno» que adquirió «a crédito».
– «Abrir una tienda» –
Organismos multilaterales -entre ellos el Banco Mundial, el BID y la CEPAL- promueven el uso productivo de estos recursos, en lugar de destinarlos apenas al consumo. Por ejemplo, fomentan la inversión en pequeños negocios para apuntalar el desarrollo de naciones con economías pequeñas y altos índices de pobreza.
Lo mismo propone el nuevo presidente guatemalteco, Bernardo Arévalo. «Las remesas pueden contribuir más eficientemente a romper el ciclo de pobreza que motiva la migración […], facilitando su utilización para propósitos de desarrollo», dijo.
Gustavo Juárez, líder de una asociación de guatemaltecos deportados desde Estados Unidos, coincide. «Sería bueno que una remesa se invirtiera en un negocio o un pequeño emprendimiento para que sean autosostenibles», afirma.
En San Salvador, la madre de Marta Alvarado, Ester, de 71 años, planea abrir una tienda con parte del dinero que mandan sus hijos.
«Está en planes, pero creo que pronto ella tendrá ese negocio que le puede servir para tener otros ingresos», dice Alvarado.