El papa Francisco alabó este viernes “la paciencia de quien siembra sin esperar nada” y alertó del “peligro” de “programar la vida” en función del éxito, durante misa que presidió en el Vaticano en ocasión de la Fiesta de la Presentación del Señor.
“¿No corremos a veces el peligro de programar nuestra vida personal y comunitaria sobre el cálculo de las posibilidades de éxito, en lugar de cultivar con alegría y humildad la pequeña semilla que se nos confía, con la paciencia de quien siembra sin esperar nada?”, se preguntó.
Durante la misa, que coincidió también con la XXVIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada, tuvo lugar el rito de la bendición de las velas, las únicas que iluminaron la basílica vaticana durante la celebración.
Francisco centró su homilia en la importancia de “permanecer despiertos, estar vigilantes, perseverar en la espera” porque “lo peor” es “dejar adormecer el corazón, anestesiar el alma, almacenar la esperanza en los rincones oscuros de la decepción y la resignación”.
“¿No estamos demasiado embelesados por nuestras buenas obras, corriendo incluso el riesgo de convertir la vida religiosa y cristiana en las ‘muchas cosas que hacer’ y de descuidar la búsqueda cotidiana del Señor?” porque “a veces, hay que reconocerlo, hemos perdido esta capacidad de esperar”.
Y mencionó dos obstáculos en ese camino: “el descuido de la vida interior” cuando “la costumbre sustituye al entusiasmo, cuando (…) las experiencias negativas nos convierten en personas amargadas y resentidas”.
“No es bueno masticar amargura, porque en una familia religiosa -como en cualquier comunidad- las personas amargadas y con ‘cara sombría’ hacen pesado el ambiente, que tienen vinagre en el corazón. Es necesario entonces recuperar la gracia perdida”, explicó.
El segundo obstáculo es “la adaptación al estilo del mundo, que acaba ocupando el lugar del Evangelio. Y el nuestro es un mundo que a menudo corre a gran velocidad, que exalta el ‘todo y ahora’, que se consume en el activismo y en exorcizar los miedos y las ansiedades de la vida en los templos paganos del consumismo o en la búsqueda de diversión a toda costa”.
“La vida cristiana y la misión apostólica necesitan de la espera, madurada en la oración y en la fidelidad cotidiana, para liberarnos del mito de la eficiencia, de la obsesión por la productividad y, sobre todo, de la pretensión de encerrar a Dios en nuestras categorías, porque Él viene siempre de manera imprevisible”, enfatizó Francisco.