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Kapuscinski tenía razón.

Hoy, más que nunca, se hace necesario revivir viejos postulados que describen y apuntan cuestiones básicas en torno al “deber ser” del ejercicio periodístico.

El periodismo se ejerce con honra, o no se ejerce. Así de simple sería definir esta profesión en un contexto deontológico. Pero no parece así de puntual, porque supone de un porqué capaz de profundizar lo suficiente para entenderla más allá de cualquier abordaje didáctico.

Lo perverso y la mentira disfrazada suelen entremezclarse para justificar acciones escabrosas. Y sin embargo es concluyente la línea sutil que separa la prédica impostora de resultados tangibles y comprobables.

La verdad es un rasgo fundamental de la ética. No pueden convivir la mentira y la deshonestidad en este oficio. Las tentaciones impúdicas han sido siempre el más perseverante enemigo del periodismo íntegro y verdadero, aunque susceptible de alguna vez resistir las exigencias del “deber ser”.

La evasión de estos principios éticos no reviste amenazas para quienes obvian sus mandatos. Pero deja secuelas visibles a los periodistas cautivos de sus propias miserias.

La ética, como tal, vincula valores morales que conducen la conducta humana. Por esto, el filósofo y pensador Eugenio María de Hostos, en su Tratado de Moral, habla de “un mundo moral” que enaltece la conciencia como un órgano vital supremo y de regulación de nuestras acciones.

El periodismo no puede, entonces, ser inmoral, porque contrariaría dictámenes de la propia conciencia, que tiene como parámetro insoslayable la razón y la verdad. O lo que es lo mismo, el buen hacer y el buen vivir.

Por esto, el célebre periodista polaco Ryszard Kapuscinski entendía que no hay periodismo posible al margen de la relación con otros seres humanos, porque este vínculo es el elemento imprescindible de nuestro trabajo como periodistas.

La forma de asumir el periodismo fue siempre un baluarte inseparable de su vida profesional. Su convicción plena del periodismo responsable y humano, como axioma fundamental de la comunicación social, quedó plasmada en su libro “Los cínicos no sirven para este oficio”.

Kapuscinski tenía razón, ser mala persona resulta contraproducente con un oficio obligado a ser coherente con sus propósitos esenciales. Visto así, la ética no puede ser jamás un comportamiento meramente voluntario, sino consciente y parte neurálgica de un orden normativo en la vida de sus practicantes.

Por eso Hostos definió el periodismo como una eminente “interpretación de la conciencia humana”, que a su mejor entender debe ser ejercido como un sacerdocio.

El periodismo ético no enmascara verdades ni subyuga. Más bien, se inclina por la pureza de la razón y la verdad descobijada de prejuicios, sin poses simuladas ni propósitos espurios.

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