Las autoridades en algún momento hablaron de un elemento perturbador que también se suma a los efectos demoledores de la pandemia, y que ha sido mediáticamente superado por otros temas vinculados a la crisis sanitaria.
Hablamos de cómo el covid-19 y sus consecuencias provocan serios trastornos emocionales en muchas personas. Unos, porque perdieron a seres queridos cuando menos esperaban, por causa de esa enfermedad. Y otros, porque quedaron sin empleos con familias y necesidades puntuales que dependían directamente de sus ingresos.
Existe otro grupo, no menos numeroso, presa de cuadros depresivos porque simplemente no resisten ser testigos de los embates causados por este coronavirus. Así es, las cifras alarmantes de decesos por el covid-19 ha sido responsable de muchísimos casos de trastornos de ansiedad, convulsivos, de pánico y fobias, así como de alimentación y de la personalidad.
Ya hemos leído informes oficiales de miembros del personal de salud que en medio de sus afanes por salvar vidas optaron por suicidarse, producto de su impotencia al ver a tanta gente morir sin poder hacer nada para impedirlo.
Sería pertinente que el Gobierno gire su mirada hacia quienes en este momento requieren ayuda sicológica urgente. Sabemos que existe la voluntad para hacerlo, pero lo prudente es actuar sin dilación en favor de un segmento importante de la población que necesita asistencia en salud conductual.
Lo correcto es hacerlo ahora, antes que sea demasiado tarde. La humanidad no estaba preparada para lo que estamos viviendo, y no todos tienen el mismo grado de capacidad para asimilarlo.