Punta Cana: En cada hogar hay ausencias que duelen, pero pocas tan desgarradoras como la de personas que desaparecen sin dejar rastro. En fechas especiales, como Navidad, este vacío aumenta y se hace insoportable. Una silla vacía en la mesa no solo representa la ausencia física, sino también un abismo emocional que consume a quienes esperan.
Para una madre, perder así a un hijo es vivir en un limbo eterno; un espacio donde la incertidumbre y el sufrimiento se entrelazan. Las desapariciones, a menudo tratadas como cifras impávidas de informes oficiales, esconden detrás historias lacerantes, sueños truncados y familias destrozadas. La indiferencia social y la burocracia de las instituciones amplifican la angustia de quienes buscan sin encontrar.
Cada día de incertidumbre es una herida que no cierra, un peso que se lleva incluso en los momentos más cotidianos. Las familias enfrentan un doble duelo: el de la pérdida y el de la invisibilidad. Detrás de cada caso hay rostros desgarrados que no deberían ser ignorados.
Las desapariciones no son un fenómeno distante, sino una realidad que pega fuerte a muchos hogares. En esta Nochebuena, mientras muchas mesas estarán repletas de gozo, con alegría y optimismo desbordantes, otras seguirán incompletas.
La silla del que se fue y nunca volvió, estará allí, sola y vacía. La sociedad tiene una deuda con quienes esperan respuestas. Nadie debería vivir con el peso de no saber, y cada vida que falta merece ser encontrada. Días extensos, noches interminables y lágrimas que no cesan consumen la existencia de familias enteras, con escenarios diversos en sus cabezas. Sus voces, muchas veces ignoradas, requieren atención inmediata. Las desapariciones son más que estadísticas y contenido noticioso interesante. La sociedad no puede permanecer indiferente, porque el dolor que causan es grande…Demasiado grande.