Punta Cana; Querido ChatGPT, hoy quiero dialogar contigo sobre tu propósito en mi vida. Aunque reconozco el valor que aportas con tus respuestas y la facilidad que brindas para procesar ideas o resolver dudas, debo decirte algo: no siempre estoy de acuerdo con tus sugerencias, y prefiero, en ocasiones, otras vías.
No es que desconfíe de tus capacidades, sino que me parece razonable preservar mi libertad de pensamiento. Al aceptar lo que dices sin cuestionarlo (o cuando permito que pienses por mí), corro el riesgo de atrofiar mi cerebro, de neutralizar mi capacidad de análisis y decidir por cuenta propia.
Te admito como soporte ingeniosísimo, porque, ¡wao!, sí que lo eres. Pero no como piloto de mi cerebro. Me resisto a endosarte las riendas de mis procesos mentales. Prefiero que me inspires, que me ayudes a explorar nuevas perspectivas, pero que siempre dejes espacio para que sea yo quien decida el camino a seguir.
Claro, también reconozco mi parte. Al utilizar tus servicios, debo tener la disciplina de no buscar siempre el camino más fácil, sino el más enriquecedor. Aprovecharte de manera responsable significa saber cuándo y cómo consultar tus ideas, y dejar que mis recursos internos sean los que lideren.
Después de todo, el desarrollo intelectual es una empresa individual que no depende de la calidad de tus respuestas. En fin, apreciado ChatGPT, celebro tu existencia como extensión de lo que ya soy capaz de hacer. El conocimiento que me ofreces es valioso, pero más aún es mi facultad para discernir, equivocarme y aprender de mis errores. Te propongo que sigamos trabajando juntos. Y este será nuestro pacto: Te permito orientarme y facilitarme tus ideas, pero sin que jamás se te ocurra tomar mi lugar como pensador independiente.