Punta Cana. En el ámbito de la seguridad, la prevención constituye un factor de gran relevancia, y en muchos casos determinante, para evitar episodios que afecten la integridad física o moral de una persona.
Pero, ¿hasta qué punto puede invocarse el criterio de prevención, cuando el ataque proviene de una persona de nuestra más intima confianza? Construir una respuesta convincente para estos casos, es prácticamente imposible.
El ataque siempre se espera de un enemigo identificado o sorpresivo, como el asalto a una base militar, un hecho delictivo o criminal o resultante de una riña de tipo personal.
Orlando Jorge Mera fue mortalmente baleado por un amigo (casi hermano) que al parecer entraba a su oficina sin el rigor de revisión que suele aplicarse en las instituciones estatales.
Ese hombre estaba armado, pero aún así no fue revisado, porque en nuestro país son comunes los gestos permisivos expresados en el “déjenlo pasar, que ese es mi amigo” o “cuando fulano venga, que pase de inmediato”. Es así como se refrenda una amistad sincera que el funcionario o empresario no quieren mancillar con su estatus de hombre o mujer importante.
Esas excepciones han sido siempre motivo de situaciones que terminaron en tragedias, porque los vínculos enmarcados en afectos no reparan en cuidados frente a la venerable sentencia de que en “la confianza está el peligro”.
En las relaciones afectivas el amor, el cariño, respeto y confianza, se vuelven supremos, y pecamos entonces de excesos de buena fe sin cuidar formas ni fondo. Solo nos dejamos llevar por el interés genuino de demostrar lo que sentimos.
¿Acaso es posible advertir la agresión del amigo de toda una vida; del amigo de infancia que acompañó nuestros primeros pasos en la escuela; de nuestro cónyugue, hijos, hermanos, depositarios de confidencias y amor sin reservas…? No, no es posible, por más cautos que seamos.
Las excepciones que nacen de vinculaciones afectivas son inevitables, porque socializar, compenetrar, recibir y dar amor son características inherentes de los seres humanos.
Pero en la esfera institucional estas excepciones adquieren una connotación distinta, y se ubican por tanto en una categoría de análisis diferente.
El respeto estricto a las normativas institucionales y su cumplimiento riguroso deben superar por mucho las relaciones afectivas. Las funciones que lesionen intereses dentro y fuera del poder, no importa su naturaleza, deben ser celosamente resguardadas, y sus actores meticulosamente protegidos.
Esta exigencia debe iniciar con el jefe de Estado y extenderse a toda la cadena jerárquica del entorno gubernamental. Debe ser así, porque las excepciones afectan por igual el sentido de igualdad frente al cumplimiento mismo de las reglas de juego definidas por la institución.
Si bien la prevención no garantiza plenamente la ausencia de amenazas, sí es una herramienta fundamental para evitarlas o tomar decisiones acertadas si tuviésemos que enfrentarlas.
Y una buena manera de prevenir acontecimientos lamentables, es evitando las excepciones en la observancia de las normas.