También llamado sostén, este elemento de lencería liberó a la mujer de las ataduras de los antiguos corsés, cotillas y corpiños.
En 1914 obtuvo la patente del sujetador sin espalda, y con algunas amigas empezó a producirlo artesanalmente. Pero las buenas ideas no prosperan sin una campaña publicitaria, así que el negocio de la que pasó a llamarse Caresse Crosby fracasó.
Un tiempo después, conoció a una diseñadora de la Warner Brothers Corset Company y le explicó su invento. A los pocos días recibió una oferta de 1.500 dólares por su patente. Ella aceptó encantada. Fue un negocio redondo para la Warner, porque el valor real de la patente se estima en más de 15 millones de dólares.
En los años locos del Charlestón, cuando el ideal de belleza femenina era la mujer de pecho plano y aspecto aniñado, Ida Rosenthal consiguió cambiarlo al promover unos sujetadores que realzaban el busto.
Esta modista de origen bielorruso clasificó a las mujeres norteamericanas por el tamaño del pecho, y desarrolló una línea de moda dirigida a realzar la figura femenina en función de la edad. Y triunfó.
Cuentan que en los años 60, cuando las jóvenes quemaban sus sujetadores como símbolo de la liberación de la mujer, muchos vieron en este hecho el fin del sostén. Rosenthal replicó: “Somos una democracia. Toda persona tiene derecho a vestirse o desvestirse.
Pero cumplidos los 35, la mujer ya no tiene una figura que le permita prescindir del sujetador. El tiempo juega a mi favor”.