Las crisis generan oportunidades, como ahora el turismo interno será la tabla de salvación para su reactivación, demostrar que está vivo. La crisis sanitaria causada por la covid-19 impactó a la humanidad de diferentes formas. Poblaciones, familias e individuos de algunas manera resultaron afectados, sobre todo los más vulnerables.
La vida cotidiana de la familia y sus miembros se vieron interrumpidas por esta pandemia. Las personas, al estar sometidas a encierros y aislamientos, entre otras medidas sanitarias impuestas por gobiernos y organismos internacionales de salud provocaron ansiedad, angustia, incertidumbre y estrés a sus existencias.
Este panorama de muertes e incertidumbres constituye una oportunidad. El turismo es una de las actividades mundiales que más sufre los embates del coronavirus, pues con la implementación de protocolos estrictos de confinamiento, cierre temporal de actividades productivas no esenciales, restricciones a la libertad de tránsito, cierre de las fronteras marítimas, terrestres y aéreas, entre otras disposiciones, disminuyeron significativamente el flujo internacional de turistas y por vía de consecuencia a los destinos turísticos, cuyas economías dependen de su dinamismo.
Como estrategia para reanimarlo, se estableció que sea a través del turismo interno, el cual en este momento es psicológicamente saludable para los ciudadanos, impulsando políticas de incentivos para que la población participante de las ofertas turísticas nacionales y de esa manera, que sea un aliciente a los efectos psicosociales y económicos de la pandemia.
De hecho, en la medida que se disminuyan las restricciones a los viajes a nivel mundial y con la apertura al turismo interno, garantizando controles sanitarios y su progreso, serian las evidencias de que hay esperanza. Dichas pruebas significan, no lo solo la importancia del ocio como derecho y para la salud mental sino como el oxígeno para los pulmones, tanto para la economía internacional como para las de las naciones receptivas.