MADRID, ESPAÑA. La Feria Internacional de Turismo (Fitur) es mucho más que un acontecimiento de trascendencia mundial para hacer negocios vinculados a esta actividad.
La Fitur es un espacio donde culturas de todos los continentes se fusionan en un ambiente pintado de colores, sonrisas afables y atenciones improvisadas. Sí, improvisadas, porque no todas los encuentros son pre acordados, sino que se realizan a la par con el desarrollo mismo de esta feria, que ya cumple 43 años de celebración.
Cada país presenta lo mejor de sí, y entre un pabellón y otro se produce una empatía a veces impresionante entre sus representantes. El intercambio de número telefónicos, direcciones aunque vivan bastante lejos, y hasta regalos de pequeños obsequios a modo de recuerdos, simbolizan la más fiel demostración del nivel de afinidad que suele producirse en la Fitur.
Entonces, por eso y más, no todos los asistentes van a esta feria para hacer negocios. Los visitantes son los que más disfrutan, porque su agenda no es salir de allí con un buen contrato para venta de productos o servicios relacionados con el turismo.
La atención de los curiosos está centrada en disfrutar a todo dar, conocer gente y cultura de todos los países, fotografiarse en cada stand, comer mucho o tomarse un buen trago en las caferías adyacentes al lugar reservado para la feria.
Y al final, ¿qué queda? Queda lo vivido; quedan negocios sellados; acuerdos importantes y otros en proceso de discusión; queda la gran ciudad de Madrid con sus calles heladas y con gente abrigadas hasta el cuello y el sabor agridulce de la nostalgias del debo irme pero volveré.
Y quedarán infinidad de momentos registrados en imágenes que seguro serán recordadas por la aplicación de Google Fotos, cuando se cumpla un año de esta feria y esos mismos empresarios, trabajadores de la prensa y visitantes vuelvan a empacar maletas para regresar a Madrid.