Verón ; En las mañanas de Verón, cuando el sol apenas empieza a teñir el horizonte, el bullicio de la vida diaria cobra fuerza. Es la hora pico, ese momento crítico entre 7 y 8 de la mañana, cuando el tráfico se viste de caos y los padres llevan sus hijos a la escuela.
En medio de este festival de desorden y comportamientos medalaganarios hay un peligro al asecho que parece importarle a nadie: la pasarela de niños en motocicletas, tan normal como el desconcierto mañanero en las calles de Verón.
Es algo común. Los motociclistas montan uno, dos y hasta tres niños detrás y hasta en el tanque de la gasolina del motor. Algunos conductores suelen llevar puesto el casco protector, pero los niños nunca.
Los agentes de la Dirección General de Seguridad y Tránsito Terrestre (Digesett) miran y voltean para seguir afanados entre la sinfonía enloquecedora de bocinazos y vocingleros. El alboroto callejero impide a los uniformados regular una práctica que viola las normas de tránsito y los principios básicos de protección infantil.
En un país como el nuestro, donde las motocicletas son un medio de transporte esencial para muchas familias, la seguridad de los niños debería ser motivo de mayor preocupación. Al ir desprotegidos, cualquier accidente, por mínimo que sea, puede tener consecuencias devastadoras para esos pequeños. Es necesario reflexionar sobre el papel de cada uno en la seguridad vial.
No se trata sólo de las autoridades, sino también de los padres, tutores o parientes, quienes deben ser conscientes del peligro al que exponen a sus propios hijos. Proteger a nuestros niños, además de cumplir con la ley, es un acto de responsabilidad que debemos practicar cada día en esas calles, tan movidas siempre.