Es verdad consabida que el gobierno que preside Luis Abinader inició en un contexto adverso por la pandemia del covid-19 y sus graves e implacables consecuencias económicas. Este escenario nunca le fue extraño al Partido Revolucionario Moderno (PRM), cuando apostó, hasta resultar victorioso, a sustituir en el manejo de la cosa pública al Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
El PRM fue plenamente consciente que gobernar en medio de una pandemia es uno de los mayores retos que puede afrontar cualquier presidente. En situaciones excepcionales, anormales, como las que en estos momentos afectan a República Dominicana y a muchas naciones del mundo, no bastan las buenas intenciones ni posiciones discursivas para satisfacer crecientes demandas multisectoriales. La gente pide de forma insistente y presiona para que le resuelvan problemas puntuales.
Los ciudadanos no siempre son contestes con las explicaciones oficiales que buscan hacerle comprender que, cuando se afrontan crisis como la actual, primero hay que captar recursos y luego establecer orden de prioridades. Los ciudadanos (hoy más que nunca) están mejor informados. Saben exigir, razonan y analizan situaciones en función de sus necesidades y expectativas. Los gobernados quieren ver resultados palpables, no más promesas en pleno ejercicio gubernamental ni explicaciones a modo de excusas o justificaciones.
Visto así, camuflar una reforma fiscal en el anteproyecto de presupuesto nacional fue un peligrosísimo error del Gobierno y sus asesores. Al parecer, los ideólogos de este adefesio no midieron el efecto devastador para la imagen de un presidente que encarnó la esperanza de cambio de un pueblo cansado de mentiras y artimañas. ¿Idea de quién?